Los abuelos nunca mueren, se hacen invisibles para descansar en nuestro corazón como el mejor de los legados.
En esta sociedad tan enfocada a veces a lo material, pocas cosas pueden ayudarnos a ser mejores personas como esa herencia de afectos, historias y momentos compartidos con nuestros abuelos.
Todos tenemos a un abuelo o abuela favorita que recordamos a menudo.
Aún más, su figura ha quedado impregnada en nuestro legado familiar, hasta el punto de que seguimos muchas de sus costumbres: en las recetas de esos pasteles, en esos remedios caseros para la salud…
Mantenemos viva su memoria a través de diferentes dimensiones donde se concentra la auténtica riqueza del ser humano: el recuerdo de las personas que amamos y que fueron significativas en nuestra vida.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Como dar nuestro adiós a los abuelos
Uno de los más momentos más complicados para un niño es tener que dar un adiós a un abuelo en su primera infancia. Si lo hacemos cuando ya somos adultos el impacto es diferente, porque disponemos de más recursos para hacer frente a lo que es ley de vida.
Ahora bien, ¿cuál es el mejor modo de ayudar a los niños a dar su adiós a alguno de sus abuelos? Te proponemos una serie de pautas que pueden servirnos de ayuda.
El duelo en los más pequeños
Todo niño vive su duelo particular a la hora de enfrentarse a la pérdida de una persona significativa. Es algo que no podemos olvidar y, aunque en apariencia nuestro hijo esté bien, los procesos internos que puede estar experimentando pueden dejarle huella.
Los pedagogos siempre nos recomiendan ser sinceros con los niños y cuidar mucho el lenguaje. No debemos hacer uso de metáforas como “los ángeles se han llevado al abuelo” o “el abuelo ahora está dormidito”.
- Es necesario evitar esas frases que pueden llevar al equívoco al niño. Puesto que esa va a ser su primera experiencia con la muerte, deben saber lo que ello supone: no ver más al ser querido pero, a su vez, tener que aprender a recordarlo cada día con cariño.
- Otro aspecto que debemos tener en cuenta es el desahogo emocional. No debemos escondernos para llorar para evitar así que nuestros hijos nos vean sufrir. A largo plazo lo que puede ocasionar es que ellos mismos también se escondan cuando se sientan mal.
- No debemos tener miedo a desahogarnos y a respetar a su vez que el niño llore si lo necesite.
- Asimismo, hemos de ser muy intuitivos en el duelo de los niños. Es común que no terminen de procesar lo ocurrido hasta pasado un tiempo. Lo veremos en sus dibujos, en sus silencios e incluso sus pesadillas.
- Otro error en el que caen muchos padres es el de evitar que los niños vayan a despedirse de sus abuelos o que estén en el funeral. Lo queramos o no todo ello forma parte del duelo y de la propia despedida.
Obviamente, todo dependerá de la edad de un niño, pero podemos decir que a partir de los 6 o 7 años nuestros hijos ya son muy receptivos a estos hechos tan duros, tan sensibles como tener que decir adiós a los abuelos.
El legado personal que nos dejan los abuelos
Un abuelo o una abuela puede dejarnos en herencia una casa, un campo de manzanos o incluso una preciosa vajilla de cien años de antigüedad. Sin embargo, nada de eso importa para el lenguaje del corazón.
Los abuelos han sido padres y nos han ayudado a ser las personas que somos ahora, con alguno de sus errores, pero también con enormes virtudes.
- El legado de un abuelo es, por tanto, doble y tremendamente poderoso. Simbolizan las raíces de una familia y de una identidad común que no podemos ni debemos olvidar.
- Un niño guarda para siempre todos esos momentos vividos con los abuelos. Porque su relación es diferente a la que tienen con sus padres, es algo más íntimo y puramente emocional.
- Una herencia tejida con miles de historias, paseos a media tarde al volver del colegio, es un pastel con ese olor inconfundible que aún recordamos, y es una voz que nunca olvidaremos.
Decir adiós a un abuelo que ha hecho tanto por nosotros no es nada fácil. Sin embargo, crecer y madurar implica, a su vez, hacer frente a estas despedidas vitales.
Ahora bien, son despedidas relativas, porque todos llevamos en la mitad de nuestro corazón a esos abuelos que, lejos de desaparecer, solo se han hecho invisibles para seguir cuidando de nosotros y para que los sigamos manteniendo vivos a través de ese don maravilloso que todos disponemos: el recuerdo.