¿Son los Supermercados un infierno para la gente mayor?

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Pongamos que tiene 65 años o más y hoy quiere irse de compras. Vive en una gran ciudad, el centro le queda lejos, así que cogerá el autobús, que es el transporte que más cerca le queda de casa. «Venga, anímate», se dice, consciente de que, a menudo, esta actividad le resulta un suplicio. Pareciera que el mundo no está preparado para atender al sector de población al que usted pertenece, tan impresionantemente al alza. Porque, si en 2010 se estimaba que había 524 millones de personas mayores de 65 años en el mundo (un 8% de la población), en 2050 la cifra prácticamente se triplica: 1.500 millones, un 16% del total. Pero ya son muchos los países, sobre todo los más desarrollados, que superan esta media. El 17% de los habitantes de Estados Unidos, por ejemplo, es mayor de 65 años; en España, el 18%, al igual que en Suiza, Eslovenia o Bélgica. Otros territorios han alcanzado el 20%, como en Suecia, Portugal, Finlandia o Bulgaria. En Alemania y Grecia suponen el 21% y Japón ostenta el récord: hasta un 26%, más de la cuarta parte. A la luz de las cifras, ¿cómo se explica que tantas tiendas, supermercados y grandes almacenes (además de otras muchas infraestructuras y servicios) estén tan poco preparados para atender sus necesidades?

Prácticamente a diario, las personas mayores sufren problemas para desenvolverse en el ambiente urbano. Luis Martín Pindado, presidente de Barómetro Mayores de la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP), afirma que en los centros comerciales de gran superficie, «uno de los mayores inconvenientes a los que se enfrentan es la mala orientación en la colocación de los productos, que despista y desorienta a los mayores y les obliga a recorrer grandes distancias para encontrar lo que buscan». Otro aspecto de los productos que se podría mejorar es «el etiquetado: la información debe estar escrita con letra legible y los textos han de ser comprensibles», comenta.

Estas dificultades se encuentran también en la calle, en los accesos a los edificios y a las viviendas, o en el transporte público, según un informe de la organización. Es preciso, recalca Pindado, «aumentar la accesibilidad, pues en ocasiones, por ejemplo, los aparcamientos están muy separados de las tiendas, lo que dificulta el traslado de los productos. También es necesario que los lavabos sean más espaciosos y estén próximos a los lugares de compra, que los puntos de información no estén muy alejados y facilitar lugares de descanso dentro de los establecimientos».

El problema es acuciante en muchas ciudades del mundo, incluso en las más modernas, como Londres, donde en 2050 habrá nada menos que 19 millones de ancianos. Un artículo escrito por la columnista veterana Michele Hanson en The Guardian subraya lo difícil que resulta la cotidianidad para los ciudadanos mayores en esa gran urbe: «Al igual que la mayoría de las ciudades en el Reino Unido, se ha convertido, a lo largo de las últimas décadas, para mí y para muchos de mis compañeros, en un nuevo infierno extraño. Está lleno de barrios descritos como ‘de vanguardia’ y ‘ajetreados’, lo que en realidad significa que están llenos de gente y que son frenéticos, ruidosos, confusos, repletos de luces intermitentes, rugido del tráfico y sobrecarga sensorial en general. Es un ambiente preocupante y no siempre ayuda a que nuestra función cardíaca responda adecuadamente».

Ciudades que cuenten con los mayores

UDP forma parte del grupo de trabajo Ciudades Amigables con las personas mayores, un programa de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que, en España, impulsa el Imserso. Dado el progresivo envejecimiento de la población mundial, este proyecto promueve el envejecimiento activo y una planificación de las ciudades que tenga más en cuenta a las personas de la tercera edad, en ocho áreas temáticas: espacios al aire libre y edificios, transporte, vivienda, respeto e inclusión social, participación social, comunicación e información, trabajo y participación ciudadana y servicios sociales y de salud.

Por si los impedimentos físicos fueran poco, los mayores se enfrentan a una epidemia invisible, que no solo afecta a su independencia sino a su salud: la soledad. «He vivido bastante; mi vida va derivando hacia un camino sembrado de hojas marchitas, amarillentas, y no puedo aspirar a nada de eso que debe acompañar a la vejez: honor, amor respeto, amigos», le dice Macbeth a su criado en la obra de Shakespeare. Habrá que afrontarlo en serio porque ese terrible sufrimiento que llevan sobre sus hombros muchos de los mayores eso es algo que ni el más habilitado de los centros comerciales será capaz de aliviar.

 

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