Nuestras madres son mujeres llenas de títulos, licenciadas en amor, enfermeras del alma capaces de curar las heridas con un beso, sanadoras del corazón y expertas en cariño. Ellas son nuestras niñeras, nuestras confesoras, nuestras maestras de vida, nuestras eternas acompañantes…
Sus enseñanzas brillan a través de sus ojos, unos ojos que nos han ofrecido el privilegio de ver cada día el reflejo de las batallas de la vida. Ellas saben a unos besos que siempre han sabido sellar con suavidad nuestros desvelos y preocupaciones.
Ellas son unas manos que se han pasado años forjando escudos para protegernos y unos brazos que son mucho más que el rincón en el que nos escondíamos de un mundo al que no queríamos rendir cuentas…
La verdad es que lo que se siente por una madre es algo que las palabras no alcanzan a describir. Podemos intentarlo, pero no seremos capaces de expresar todo lo que nos viene al corazón cuando pensamos en ellas, pues se nos desborda el alma al sentir un amor tan inmenso.
Lo que significa una madre
Lo cierto es que durante nuestro camino la consideración hacia nuestras madres va cambiando. Cuando somos pequeños pensamos en ellas como una especie de divinidad que todo lo puede y todo lo sabe.
Probablemente en la adolescencia rebajamos la intensidad de todas esas creencias para, posteriormente, recuperarlas en la edad adulta con cierta nostalgia. Así, hoy por hoy, lo más seguro es que veamos a nuestras madres como omnipotentes y omniscientes superheroínas.
Todo esto ayuda a conformar nuestra historia emocional desde el primer momento de nuestras vidas. Gracias al amor, a los besos y a las caricias hemos podido crecer cuando más pequeños nos sentíamos y hemos llenado los vacíos de la desesperación.
Lo que todos llevamos anudado en el corazón
Todos los hijos llevan consigo a su madre, y viceversa. La relación que tengamos con nuestras madres formará una huella en nuestro interior que siempre permanecerá con nosotros, un legado emocional.
En condiciones normales, nuestra madre es la primera figura que nos ofrece una experiencia de cariño y de sustento. A través de ella comenzamos a comprender cómo funciona el mundo, nuestro yo y nuestras capacidades.
Así, de su mano conocimos la cara y la cruz de la vida, la alegría, el sosiego y la tranquilidad. De la misma forma, desde bebés aprendimos lo que era verdadera tristeza y angustia si ella se alejaba de nosotros o no nos prestaba la atención que demandábamos.
Gracias a ese vínculo hemos ido desarrollando nuestras emociones, nuestros sentimientos y nuestra capacidad de comprendernos. Por eso, y por darnos la vida, el legado de una madre es el más esencial de nuestra existencia.
Un aplauso por todas aquellas madres que brindan amor
A lo largo de la vida, una mujer interpreta una larga lista de papeles. Uno de los más importantes es ser madre. Si a esto le unimos que una madre no deja de ser mujer, hija, hermana, esposa, novia o amiga, nos encontramos con un montón de prioridades anudadas.
En este sentido, se dice que la mejor herencia que una madre puede dejar a sus hijos es sanarse como mujer, pues lo ideal es que una madre no contagie expectativas a sus hijos autoimponiéndose obligaciones y sacrificios por haber nacido mujer.
Por lo tanto, dado que la mejor educación es la que se promueve a través del ejemplo, este legado emocional conformará gran parte de los valores que sus hijos integrarán y darán a conocer en el mundo.